Sonia Aparicio @soniaparicio
Tenemos muy mala memoria. Los acontecimientos del presente, siempre acelerado y convulso, se imponen sobre el pasado, que queda relegado no ya a lo que fue, sino a cómo lo recordamos. “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”, escribía el maestro Gabriel García Márquez al inicio de sus memorias. Dicho de otra manera: construimos nuestros recuerdos, de manera que lo que recordamos no es necesariamente lo que pasó —casi nunca lo es—, sino lo que nuestro cerebro dibuja de ello para su almacenamiento cognitivo. Ya en abril, el FMI alertaba de que nos podíamos enfrentar a la mayor crisis económica desde el crack del 29, pero nos fuimos de vacaciones dejando atrás el confinamiento y con la esperanza de que a partir de septiembre el escenario empezara a mejorar.
Seleccionar qué olvidamos y recordar solo lo que queremos y como queremos es un mecanismo útil y necesario para la supervivencia: permite al ser humano superar el dolor, mirar hacia adelante y, en definitiva, avanzar. Sería insoportable vivir arrastrando la pesada carga de las peores experiencias. De las malas vivencias se aprenden siempre buenas y útiles lecciones, ya decía Kierkegaard que la vida debe ser comprendida hacia atrás, pero debe ser vivida hacia adelante. Esa es una de las fases más importantes de la gestión de crisis: el análisis riguroso de lo acontecido para extraer aprendizajes que te preparen y te hagan más fuerte para encarar la siguiente tormenta. Porque en este mundo de incertidumbres donde se nos aconseja desaprender lo aprendido, lo que sí sabemos ya con certeza es que nos ha tocado vivir en un mundo VUCA (ya saben: volátil, incierto, complejo y ambiguo, por sus siglas en inglés) que nos asegura que el escenario de crisis va a ser una constante. Y eso es precisamente lo que se le puede echar en cara a nuestros políticos: la falta de anticipación y previsión para la gestión de esta segunda ola que, desde hace meses, se sabía que tarde o temprano y de una u otra manera iba a llegar.
“Una de las principales barreras que hay que superar en la gestión de crisis es que no queremos pensar en el peor escenario”, explicaba Luis Serrano, director de Sr. Lobo & Friends, en una entrevista publicada en esta revista en pleno confinamiento, el pasado 6 de abril, con la experiencia acumulada tras casi dos décadas al frente de la comunicación del Centro de Emergencias 112 de la Comunidad de Madrid y más de cuatro años como director de Comunicación de Crisis de LLYC. Ningún país del mundo esperaba ni estaba preparado para una pandemia mundial, a pesar de que el riesgo figuraba desde hace años como una amenaza global en los informes del Global Reach Report del World Economic Forum, y a pesar también de que desde el mes de enero empezamos a tener información, casi en tiempo real, sobre la propagación internacional del virus y sus efectos en los países de nuestro entorno.
Y quizá eso explique que hayamos sido comprensivos e indulgentes con todo lo ocurrido a partir del mes de marzo. Pero el escenario de este otoño ya es otro. No hay comprensión ni indulgencia posibles ahora, cuando la amenaza es desde hace meses visible y real. Porque la diferencia entre una mejor o peor gestión, y en ese caso la previsión y la anticipación, podría minimizar las víctimas mortales y los efectos económicos de la pandemia. Al cierre de octubre, España se situaba como el tercer país de Europa con mayor mortalidad por coronavirus desde el mes de julio, solo superado por Rumanía y la República Checa.
Tenemos el derecho y el deber democráticos de exigir responsabilidades a nuestros gestores públicos; pero conviene no olvidar que los políticos no son seres extraterrestres: salen de nuestra sociedad, una sociedad frívola y cortoplacista que en muchas ocasiones muestra falta de previsión y poca paciencia para el largo plazo.
A estas alturas ya tenemos claro que los políticos no están a la altura, pero convendría cuestionarnos también si los ciudadanos estamos haciendo todo lo posible contra el virus en nuestros respectivos ámbitos. Tenemos una responsabilidad excepcional en estas circunstancias excepcionales. Exijamos altura política sin olvidar que todos y cada uno de nosotros también escribimos la historia de este 2020.