Sonia Aparicio @soniaparicio
2021 no será el año de la recuperación. Sí, no parece una afirmación muy optimista en estos tiempos de management inspirado en teorías positivistas y frases de coaching que obligan a ver oportunidades en toda amenaza y ventanas que se abren cada vez que una puerta se cierra. Y así es, siempre que la amenaza y sus daños sean entendidos, analizados e interpretados para la toma de decisiones y la gestión de un país, de una empresa, de una economía familiar o de una comunidad de vecinos. Pero conviene llamar a las cosas por su nombre y no confundir realismo con pesimismo cuando la realidad más inmediata se vislumbra difícil, por oscura e incierta.
El análisis riguroso y certero de las consecuencias de una crisis y el aprendizaje que se extrae en cada una de ellas es condición sine qua non para la planificación estratégica en cualquier ámbito y sector, más aún en aras de lograr el crecimiento necesario que conducirá a la recuperación real que, al menos de momento, ningún analista vislumbra antes de 2023. Sí, 2023. Abróchense bien los cinturones, que acaba de arrancar 2021.
Deseos y realidades no siempre van de la mano. Y aceptar la realidad cuanto antes, por dura que esta sea, evita a corto, medio y largo plazo desilusiones, quebraderos… y quiebras. Nunca antes se habló tanto de gestión de crisis, porque crisis hemos vivido y toreado muchas, pero ninguna como esta. Y no será porque no nos hubieran avisado: las pandemias figuraban desde hace muchos años entre los grandes riesgos que recogen los informes del Global Reach Report del World Economic Forum. Cuántos no lo creyeron o no lo quisieron creer, ni siquiera cuando el virus era ya una amenaza real entre nosotros. Recordarán lo desproporcionado que a muchos pareció en su momento la cancelación del Mobile World Congress de Barcelona, mientras las autoridades insistían en que no había ningún riesgo sanitario… Corría el mes de febrero. Hace menos de un año. Y parece que han pasado diez. Entonces solo se hablaba de las grandes pérdidas económicas que provocaría tal decisión. Nadie imaginaba entonces la dimensión de todo lo que aún estaba por venir.
“Los momentos más importantes no suelen ser aquellos en los que tenemos razón. Son esas ocasiones en las que nos damos cuenta de que estábamos equivocados”, dice el matemático especializado en análisis de brotes infecciosos Adam Kucharski en Las reglas del contagio, un libro publicado en febrero de 2020 en el que explica cómo se transmiten las enfermedades, pero también las ideas, la violencia, el pánico, los bulos, los memes… A estas alturas ya sabemos todos que se aprende más de los errores y fracasos que de los éxitos, aunque el análisis autocrítico que impulsa la superación no es siempre bien recibido ni entendido en esta sociedad de apariencias que prioriza, a veces hasta el infantilismo, el —sin duda muchas veces justo y necesario— refuerzo positivo.
Los desafíos que nos planteó esta pandemia ya en el primer trimestre de 2020 siguen siendo grandes conquistas pendientes para el año que ahora empieza: aceleración agigantada de la digitalización, agilidad, flexibilidad, resiliencia, nuevos hábitos y comportamientos, nuevas formas de trabajo, nuevos enfoques para la gestión y administración… Nada nuevo bajo el sol, ya lo decía Bruce Lee en 1971 y lo viralizó, 35 años después, aquella maravillosa campaña que la agencia SCPF desarrolló para el X3 de BMW en 2006: “Be water, my friend”. 2021 y seguimos insistiendo: aprendamos a fluir.
Sinceramente creo que el mayor reto que tenemos por delante, para 2021 y años venideros, es aprender a anticipar los riesgos y amenazas. Y ponerles nombre. Y definir todos los escenarios posibles y las políticas y medidas a desarrollar y ejecutar en cada uno de ellos. La técnica del avestruz no hace que la realidad cambie ni desaparezca, solo demora lo inevitable, con las graves consecuencias que (casi) siempre tiene no reaccionar a tiempo.
The Washington Post pidió a sus lectores que describieran 2020 en una palabra o frase y fue Clarke Smith, una niña de 9 años, quien mejor lo explicó: “Como mirar a ambos lados antes de cruzar la calle y ser atropellado por un submarino”. La mirada limpia e inocente de los más pequeños suele ofrecer diagnósticos brillantes y certeros.
Los seres humanos no queremos pensar en el peor escenario. Es un mecanismo de protección mental de nuestro cerebro que nos genera cierto confort, pero no hacerlo nos hace vulnerables. Ahora que ya sabemos que de repente un día cualquiera lo más improbable puede llegar a ocurrir, seamos realistas con todo el optimismo del mundo. La anticipación para la prevención y gestión de crisis no elimina los riesgos. Solo los identifica y nos prepara para afrontarlos desde una mayor fortaleza, que no es poco en este mundo de incertidumbres que nos ha tocado vivir. Es la mejor vacuna para reducir al mínimo nuestros ya de por sí altos niveles de vulnerabilidad.